En medio de la oscuridad vio su reflejo y se sorprendió de lo rápido que habÃa pasado el tiempo, sintiendo la melancolÃa de cómo habÃa cambiado todo hasta ese momento. Encendió un puro y se sentó afuera de una casa de caña que estaba encima de un cerro, escuchando la noche y viendo ese pueblo que era su hogar. Pensó en sus años de gloria, cuando su fuerza era considerada sobrehumana al levantar esas enormes pesas del suelo sin mucho esfuerzo, la salud no importaba y su juventud aun lo seguÃa. Recordó con satisfacción a empresarios arrodillándose ante él para que trabajara con ellos, sintiéndose una persona importante a pesar de no ser nadie.
El pesar aumentó cuando se dio cuenta de su única compañÃa diaria; esa señora ya dormida profundamente, la cual tenÃa el nombre más luminoso encontrado, a la que amó todos esos años. Pensó en sus hijos y nietos jugando con coches de madera construidos por él, poniendo una sonrisa en su rostro. Pensó en su vida, agradeciendo cada decisión tomada para disfrutarla como un hombre, esposo, padre y abuelo. Apuró lo poco del habano y recordó su viejo tÃtulo con el cual la mayorÃa lo conocÃa y recordaba, pronunciándolo en voz alta reavivando una antigua llama; El Chico de Oro. Ahora solo unos pocos recuerdan ese tÃtulo, ancianos que de jóvenes se les grabó al conocerlo. Aunque en mi familia se lo amó de otra forma; Papa Carlos, mi abuelo, que tenÃa una tupida barba blanca y músculos como piedras, un abuelo que se fue de este mundo con un puro en los labios y un whiskey en su mano.
Autor: Ernesto Romero
Editado por: Nicole Maya