Evocar

Él sabía que ella lo esperaba. Podían pasar los años y seguiría igual. La última vez que la vio fue a través de la ventana de ese vagón del tren donde a medida que avanzaba ella iba desvaneciéndose. Ahora, es un feliz pero melancólico sueño. Despierta. Los disparos de los mosquetes, el sonar de los cañones y el grito de sus compañeros heridos eran lo único que podía escuchar, cuando hace unos meses era el tarareo de una canción alegre acerca de un día soleado después de una tempestad, lo que era gracioso, debido a que la desgracia aun no llegaba a sus vidas. Eran los últimos momentos en ese infierno, venían por él, ya no servía para la batalla, y que más podía hacer con una pierna menos. Se levanta de la camilla adolorido tras la carnicería que se llevó a cabo. Recorre esos pasadizos fangosos erigidos con muros de troncos, huele a carne quemada y pólvora usada, cierra los ojos e imagina que recorre una de esas calles del mercado acompañado de esa joven.

Asoma la cabeza por la ventana del vagón, encontrando a lo lejos una ciudad que anteriormente había visto y que lo llenaba de recuerdos, con el aire frío golpeándole la cara y que lo hacía sentirse nuevamente vivo. Lo que antes vio desvanecerse iba apareciendo ante sus ojos. Llega a la estación. Se halla recorriendo las calles rumbo a una casa que hace tiempo no miraba y al llegar, ve la misma fachada blancuzca con flores en las ventanas y techo de tejas negras. Una voz que sonaba a tristeza y alegría lo llama por su nombre. Voltea. Al ver a la mujer de sus sueños anhelados, con el cabello negro rizado, con un solo mechón cayéndole en la cara y tapando las lágrimas que brotaban de su ojo derecho, sitio una alegría inigualable. Se acercó y al tocar su rostro pálido por no comprender que en verdad estaba allí, supo que ya no era un sueño.

Autor: Ernesto Romero

Editado por: Nicole Maya

Créditos de la imagen a quien corresponda.